Música y romances

 
E
N LA VIDA DE LAS PERSONAS hay a veces etapas de marcada inactividad, épocas en las que no se produce cambio alguno y en las que todo parece indicar que las cosas habrán de continuar así por tiempo indefinido; por el contrario, hay también periodos que se singularizan por generar incesantes transformaciones. A partir del momento en que Jorge Berroa cobrara conciencia de estar enamorado y diera comienzo su noviazgo con Carmita Collado, se inició en su vida una etapa de importantes logros y realizaciones.
 
El primer avance de Jorge se dio en el campo musical y fue resultado de tomar plena conciencia de los trascendentales efectos que puede tener la música en la conducta de los seres humanos, no tan solo para modificar transitoriamente sus estados de ánimo, sino como instrumento para lograr una profunda transmutación. Basándose en ello decidió que su misión como compositor debía consistir en crear una música que, al mismo tiempo que expresase la esencia e identidad del pueblo y la nación de Cuba, propiciase en ambos elevados ideales y anhelos de superación. Con ánimo resuelto fue dando cumplimiento a su primera tarea: conocer a fondo el alma de su país. Recorrió varias veces la isla en todas direcciones, intentando analizar y comprender cuanto observaba. Dialogó largamente con toda clase de personas, especialmente con los ancianos. Intercambió opiniones con gran cantidad de músicos, sobre todo con los que practicaban la santería, culto resultante de un sincretismo entre el cristianismo y antiguas concepciones religiosas provenientes del África Central. Finalmente, leyó cuanto cayó en sus manos sobre la historia y la sociología de Cuba.
 
Una vez concluidos sus estudios en el Conservatorio, Jorge juzgó llegado el momento de dar el segundo paso en el camino que se había trazado, o sea, empezar a componer una música con las características que él pretendía dar a sus creaciones. Una inesperada crisis emocional le impidió alcanzar de momento sus propósitos. Tras de cuatro años de mantener una magnífica relación de noviazgo con Carmita Collado —y sin que existiese una causa o razón explicable para ello— ambos decidieron de buenas a primeras y de común acuerdo dar por terminado su compromiso matrimonial. Era la primera vez que Jorge experimentaba el abatimiento y desconcierto que puede producir la traumática ruptura de una relación sentimental.
 
 
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Ramiro Guerra, el talentoso creador en Cuba del Conjunto Nacional de Danza Moderna (denominado posteriormente Danza Nacional), supo ver en el novel músico que era entonces Jorge Berroa a la persona más adecuada para ser el director musical de su grupo de danza. Se trataba de un cargo con múltiples obligaciones, que incluían el acompañamiento musical a las diarias sesiones de entrenamiento de los bailarines, la ejecución de la música en todas las funciones en que participaba el grupo, y, de ser posible, la creación de nuevas obras musicales para danza.
 
Jorge se entregó de lleno a su trabajo, encontrando en este el medio más adecuado para desarrollar su creatividad. La frustración que dejara en él su malogrado amor quedó atrás y empezó a componer obras musicales. Las primeras tuvieron más de intento y búsqueda que de auténtica realización, pero luego empezó a escribir obras que revelaban ya una auténtica valía. Una de ellas, denominada Ceremonial de la danza, reflejaba magistralmente la eterna aspiración que han tenido los danzantes de todos los tiempos de superar las limitaciones que impone la materia y alcanzar, a través del movimiento corporal, una directa comunicación con lo divino.
 
Muy pronto la crítica musical comenzó a prestar atención a las obras de Jorge Berroa. Se comentaba elogiosamente su carácter nacionalista y su sinuosidad cromática. Si bien toda la obra era fundamentalmente pianística, se utilizaban en ella otros instrumentos que la hacían apropiada para ser interpetada por pequeñas orquestas. Para muchos críticos fue motivo de asombro el que para la ejecución de música clásica se introdujese en la orquesta la marimbula, un sencillo y sonoro instrumento creado en el siglo XIX por los esclavos negros de las plantaciones de azúcar.
 
Fama y honores comenzaron a llegar al compositor. En 1969 fue invitado a participar en el Festival de la Primavera de Praga, evento cultural de prestigio internacional al que acuden renombrados artistas. Fue toda una enriquecedora experiencia. Recorrer las calles, plazas y museos de la capital checa, asistir a conciertos y conferencias de altísima calidad, dialogar con algunos de los más destacados exponentes del arte a nivel mundial. Más allá de las cuestiones culturales, el viaje proporcionó a Jorge una directa información sobre lo ocurrido en uno de los puntos neurálgicos del movimiento de protesta que había sacudido al planeta el año anterior. Los tanques soviéticos habían invadido Checoslovaquia aplastando todo asomo de resistencia. Jan Palach, un joven checo de gran espiritualidad, se había inmolado en llamas para protestar contra la invasión de su país. Aun cuando la feroz represión parecía haber liquidado al movimiento libertario, esto no era así y en forma subterránea estaba surgiendo una creciente oposición que, tarde o temprano, terminaría echando por tierra el burocrático andamiaje de los regímenes comunistas.
 
 
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«Matrimonio y mortaja del cielo bajan.» En 1973 Jorge Berroa casó con Aurora Gramach, una mujer poseedora de una gran erudición, especialmente en lo referente a temas históricos y derecho internacional. La razón de por qué algunas parejas alcanzan una armónica integración mientras que a otras dicho logro les resulta imposible, es un enigma indescifrable y se traduce en una de las mayores fuentes de conflicto en las relaciones humanas. La boda que nos ocupa resultó un desastre. Total incapacidad para comprender la forma de ser y sentir de la otra parte. Ideales y puntos de vista contrapuestos. Diferencias de gustos en lo tocante a comidas, diversiones y decoración del hogar. Tal parecía que eran dos seres provenientes de muy distintas galaxias. El matrimonio habría quedado disuelto a poco de iniciado de no ser por la llegada de un hijo, al cual se dio el nombre del padre. El niño significó una especie de tregua que disminuyó por un tiempo la intensidad del conflicto sin llegar a resolverlo. Finalmente, terminó imponiéndose la lógica y la pareja tomó la determinación de divorciarse.
 
 
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En el grupo de Danza Nacional, del que Jorge era director musical, figuraba una norteamericana llamada Lorna Burdsall. Era una bella mujer de bien formado cuerpo, larga cabellera y ojos verdes, poseedora de un carácter rebelde y alegre. Nacida en el estado de Connecticut había estudiado en Nueva York con Martha Graham, la famosa fundadora de la Escuela de Danza Moderna. Influida por ideales revolucionarios, Lorna se había trasladado a Cuba en 1958 para unirse a los rebeldes que luchaban en Sierra Maestra comandados por Fidel Castro. Ahí conoció y formó pareja con Manuel Piñeiro, apodado Barbarroja. Tras el triunfo de la Revolución, Piñeiro fue designado jefe de Seguridad Nacional, demostrando tal eficacia en el desempeño de su cargo que todos coincidían en considerarlo el tercer hombre dentro de la jerarquía del poder en Cuba, tan solo por debajo de Fidel y de Raúl Castro. Las maquinaciones urdidas por el Gobierno norteamericano al través de la CÍA —tendentes a derrocar al Gobierno cubano y dar muerte a sus dirigentes— eran siempre descubiertas y anuladas por la sagacidad del pelirrojo comandante. Tal parecía que en la isla no podía moverse la hoja de un árbol sin que el jefe de Seguridad se enterase de que había ocurrido dicho movimiento.
 
A resultas de su constante trato derivado de su común trabajo, Jorge Berroa y Lorna Burdsall fueron sufriendo una gradual transformación en lo tocante a sus respectivos y recíprocos sentimientos. Primero simpatizaron mutuamente, luego surgió una gran amistad y finalmente esta se convirtió en un profundo amor. La posibilidad de que dicho amor pudiese encauzarse en una forma convencional era muy remota. Lorna y Barbarroja llevaban más de quince años como pareja y tenían un hijo adolescente. A juzgar por su temperamento y antecedentes, no era de esperarse que el comandante se resignase pasivamente a la pérdida de su pareja, sino más bien que tuviese una reacción violenta que incluso podía derivar en dar muerte a los dos enamorados.
 
Al tiempo que su vida sentimental se complicaba peligrosamente, la carrera musical de Jorge proseguía en ascenso. Creación de nuevas obras, exitosos recitales en diversas ciudades de la isla y triunfantes giras de la Compañía de Danza Nacional por el continente europeo. En reconocimiento a sus méritos, Berroa fue honrado con la distinción de «Compositor Vitalicio de Cuba», e incluido en el selecto grupo de los integrantes del Colectivo de Compositores de Música Clásica. Se le otorgó también el cargo de jefe de Música de la Provincia de La Habana.
 
Estalló el escándalo. En una gira que realizaba por Yugoslavia la Compañía de Danza Nacional, el agregado militar de la Embajada de Cuba en Belgrado descubrió la relación que existía entre Lorna y Jorge. De inmediato la denunció ante los bailarines y músicos del grupo, los cuales, con la excepción de dos, dejaron al instante de dirigir la palabra a la pareja y de tener con esta cualesquier otra forma de comunicación. El chismoso militar y diplomático redactó un pormenorizado informe de su descubrimiento al directamente afectado, o sea, al comandante Manuel Piñeiro. Al parecer, la clave utilizada en la transmisión del informe era del conocimiento de la CÍA y esta juzgó conveniente filtrar la noticia a los periodistas de Miami, pues el caso es que en algunas publicaciones del mayor centro de cubanos en el exilio se dio a conocer públicamente —con gran sarcasmo y burla— el hecho de que el jefe de Seguridad de Cuba, quien se preciaba de poseer un completo conocimiento de cuanto sucedía en la isla, había manifestado una total incompetencia para vigilar la conducta de su mujer.
 
Al regresar músicos y danzantes a Cuba, una camioneta con agentes se llevó a Lorna del aeropuerto con destino desconocido. Nadie detuvo a Jorge, y este tuvo una noche para elucubrar sobre cuál podría ser la suerte que le esperaba. A la mañana siguiente un agente llegó a su casa para conducirlo hasta las oficinas centrales de Seguridad Nacional, ante el propio comandante Barbarroja. No fue una entrevista fácil, sino tensa y áspera, pero en contra de lo que Jorge esperaba se le comunicó que no se tomaría represalia alguna en su contra y que estaba en libertad para unirse con Lorna. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué era lo que había propiciado tan inesperado desenlace? La pareja terminó enterándose por una confidencia de la secretaria del propio Fidel Castro. La publicación del caso en la prensa norteamericana había convertido un asunto privado en cuestión de Estado. Si el jefe de Seguridad Nacional tomaba venganza y cometía un doble asesinato, la opinión pública internacional vería en ello una prueba de que en Cuba prevalecía una total carencia del Estado de Derecho. Así pues, el jefe del Gobierno revolucionario había resuelto que debía ser la mujer quien decidiese con quién quería vivir, sobre la base de que si optaba por el músico en lugar del comandante, perdería todos los privilegios que tenía por ser la compañera del tercer hombre en la jerarquía de mando del Gobierno cubano.
 
Lorna no lo dudó y optó por el músico. Este, a su vez, vio cerrarse felizmente un episodio de su vida que muy bien pudo haber concluido con esta. Una vez superada la crisis ocasionada por su riesgoso romance, Jorge estuvo en condiciones de centrar de nuevo su atención en la que sentía era su principal tarea por realizar: desarrollar al máximo sus innatas facultades de médium.