Misión en México

 
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TENDIENDO A LAS INDICACIONES del Dante, al arribar Jorge al aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México buscó la forma de transportarse al valle de Tepoztlán en el estado de Morelos. Le aguardaba una de las experiencias más impresionantes de toda su existencia. En cuanto el automóvil en el que viajaba dejó la carretera de Cuernavaca para tomar la que conduce al lugar en que naciera Quetzalcóatl, un verdadero torrente de vibraciones inundó la conciencia del cubano. Berroa bajó del automóvil y trató de captar ordenadamente las incontables impresiones que le llegaban. Había de todo. Poderosos espíritus, que muy posiblemente habían sido guías de luz para la humanidad en pasadas edades, dialogaban animadamente. Todas las montañas del valle mantenían también un incesante diálogo. Igual lo hacían las plantas y los animales. Por encima de aquel aturdidor barullo predominaban dos voces de cósmicas resonancias: las de los dos volcanes de elevadas cumbres que, aun cuando no estaban en los linderos del valle, imperaban en este con su avasalladora presencia.
 
Era la primera vez que a Jorge le era dado escuchar hablar a las montañas. No entendía nada de lo que decían, como tampoco alcanzaba a comprender en esta ocasión lo que dialogaban entre sí los espíritus de los muertos. La confusión que generaba en su ánimo aquel alud de variadas vibraciones fue tan grande que consideró que estaba a punto de perder la razón. Tan solo perdió momentáneamente el conocimiento, cuando lo recobró todo estaba en calma. No se escuchaba ninguna voz proveniente de las montañas, ni se atisbaba espíritu alguno. El valle de Tepoztlán lucía en toda su esplendorosa y enigmática belleza.
 
Jorge suponía que debía existir una causa por la cual se le había hecho vivir esa prueba, así que invocó a los espíritus del Dante y de don Antonio para preguntarles. La pareja de desencarnados no se hizo esperar y procedió a formular una explicación seguida de una inusitada propuesta. Habían considerado necesario que el médium se percatase por sí mismo de su imposibilidad para comprender la forma de expresarse de los distintos seres que existían en México. Necesitaba capacitarse para lograr este fin, y la única forma de hacerlo era cambiando su fecha y lugar de nacimiento, pues en el momento en que nace una persona y realiza su primera inhalación todo su ser se impregna con las energías prevalecientes en ese instante y en ese determinado lugar, las mismas que habrán de darle un sello peculiar y característico. Las energías que Jorge recibiera el nacer el 13 de diciembre de 1938 en La Habana habían sido de lo más apropiadas para el proceso de desarrollo realizado hasta entonces, pero ahora no eran las adecuadas para las tareas que tendría que llevar a cabo en México; debía, por tanto, insistieron, efectuar un cambio de su fecha y lugar de nacimiento.
 
Berroa manifestó que, a su juicio, la única forma de lograr semejante cosa era muriendo y volviendo a nacer. Los espíritus le contestaron que su respuesta era correcta, pero que, sin embargo, podía darse el citado cambio, ya que dentro de una misma existencia es posible morir y renacer. ¿Estaba dispuesto a ello? Jorge respondió que sí, y sus maestros del más allá le explicaron que debería ajustarse a un proceso que tendría siete años de duración, en el cual las energías que impregnaran su ser en el momento de su nacimiento irían siendo gradualmente sustituidas por otras, equivalentes a las que le habrían correspondido si hubiera nacido el 11 de enero de 1938, en un lugar situado justo en medio de la pareja de volcanes que tenía ante su vista: el Popocatépetl y la Iztaccihuatl.
 
El Dante y don Antonio explicaron al médiun que el primer paso para iniciar el proceso de cambio consistiría en que entrase a México por el lugar apropiado y presentase su solicitud de admisión al país ante las autoridades correspondientes. Acatando las indicaciones que le daban sus guías, Jorge se dirigió a las playas de Veracruz, se bañó en estas y luego avanzó por tierra hasta la ciudad de Orizaba, allí permaneció unos días dedicado a la silenciosa contemplación del cercano volcán que tiene por nombre Citlaltépec, intuyendo que era dicho volcán quien se encarga de supervisar, desde un plano superior al ordinario, la entrada a México de todo tipo de personas y energías.
 
Con plena certidumbre, Jorge presintió el instante en que el Citlaltépec le otorgaba el permiso de entrar. Jubiloso, prosiguió su viaje hacia la capital de la nación. Sabía que la tarea de cambiar su fecha y lugar de nacimiento —o sea, el tipo de energías que lo conformaban— sería en extremo ardua, pero el hecho de que quien tenía autoridad para ello hubiese aprobado su ingreso al país lo llenaba de optimismo.
 
Durante una primera etapa, las dificultades de Jorge para adaptarse a su nuevo ambiente fueron de índole estrictamente material. Provenía de una ciudad situada al nivel del mar y la Ciudad de México se encuentra a 2.000 metros de altura y con uno de los índices de contaminación atmosférica más elevados del planeta. Estaba acostumbrado a vivir dentro de un régimen socialista y ahora tenía que hacerlo en un sistema capitalista. Carecía de amigos en México y tenía tan solo unos cuantos conocidos, artistas que habían estado en Cuba estudiando o actuando. Su carácter afable y don de gentes le permitieron hacerse con amigos y relaciones, así como proseguir la que consideraba constituía su principal misión en la vida: ayudar a los demás a resolver toda clase de conflictos y desequilibrios emocionales.
 
Una vez superados los normales problemas de adaptación que genera el cambio de residencia de un país a otro, el médium empezó a dar cumplimiento a las variadas y complejas instrucciones que recibía de sus dos inmateriales maestros, tendentes a ir logrando la transformación que se esperaba de él. A veces tenía que recorrer largas distancias para localizar, en una aislada región del país, una roca poseedora de singulares vibraciones, junto a la cual tenía que permanecer ayunando durante varios días. En otras ocasiones debía sumergirse un número exacto de veces, en fechas y horas precisas, tanto en anchos y conocidos ríos como en pequeños arroyuelos que descendían de agrestes montañas. Abundaban también las visitas a determinadas zonas arqueológicas, asiento en pasados tiempos de centros de máxima sacralidad. Lenta y gradualmente, su capacidad para empezar a percibir y comprender las formas de comunicación de los diferentes seres que en diversos planos existen en México comenzó a desarrollarse.
 
Al tiempo que acrecentaba su percepción extrasensorial, Jorge recababa cuanta información podía sobre la historia de México, no tanto la relativa a las narraciones oficiales y comúnmente conocidas del pasado de esta nación, sino a sus gestas y epopeyas legendarias, a lo que es su historia sagrada. Fue así cómo conoció la verdad de lo ocurrido en 1968. El centro del telúrico movimiento que en ese año sacudiera al planeta había estado en México. La fuerza que generara dicho movimiento era de carácter espiritual y el propósito específico que la guiaba era el de reactivar la dormida conciencia de los dos volcanes más sabios y poderosos del país, los ya mencionados Popocatépetl Iztaccihuatl, con objeto de que estos tomasen a su cargo la tarea de propiciar el surgimiento de una nueva y luminosa era para todos los habitantes del planeta. Una mujer excepcional llamada Regina era quien había dirigido los rituales conducentes a lograr el despertar de los volcanes. Esto había requerido de su personal inmolación, así como del sacrificio de 400 personas más, lo cual había ocurrido en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968.
 
El Dante y don Antonio confirmaron las conclusiones a las que había llegado Jorge a través de sus indagaciones sobre lo ocurrido en el 68. En efecto, en ese año se había iniciado en México un proceso de ampliación de conciencia que terminaría abarcando a todos los seres que moraban en el planeta. Justamente, la presencia de ambos espíritus en tierras mexicanas obedecía a su deseo de participar activamente en dicho proceso. Cada uno de ellos se había propuesto una diferente misión a realizar. Don Antonio estaba empeñado en conseguir que la cultura planetaria que se estaba gestando se caracterizase por un profundo conocimiento de lo que es la auténtica libertad, así como por un gran sentido del humor. A su vez, el Dante impulsaba cuanta energía propiciase un afán de búsqueda de la verdadera sabiduría.
 
Desde luego, los dos mencionados espíritus no eran los únicos que estaban colaborando en la delicada tarea de ir propiciando el surgimiento en México de una nueva edad y cultura. Incontables seres luminosos de elevados planos participaban en ella. Uno de los más activos era el espíritu de Mahatma Gandhi, quien trabajaba con la misión específica de lograr que la religiosidad de la nueva cultura tuviese un carácter ecuménico, esto es, que se diese un profundo respeto y colaboración entre las distintas religiones existentes en el mundo. El espíritu de Gandhi había hecho una gran amistad con Dante y con don Antonio, por lo que pronto Jorge comenzó a tener la increíble oportunidad de poder escuchar las conversaciones que sobre variados y siempre elevados temas tenían la trilogía de espíritus.
 
Al iniciarse 1994, cuando Jorge Berroa estaba por cumplir cuatro años de residencia en México, sus espirituales guías le dijeron que aun cuando todavía faltaba algún tiempo para que lograse una plena incorporación a las energías de este país, había alcanzado el grado suficiente de desarrollo como para iniciar una labor de enseñanza que permitiese a cierto número de personas descubrir y acrecentar sus propias facultades, lo que les daría la posibilidad de participar más conscientemente en el proceso de expansión de la nueva era. Entre aquellos a quienes había ayudado a resolver sus problemas Jorge había hecho una buena cantidad de amigos y conocidos, por lo que no le resultó difícil integrar un grupo de 20 personas, firmemente decididas a realizar los esfuerzos necesarios para adquirir una mejor comprensión de sí mismas, de sus semejantes y de las necesidades de su época.
 
Fue también a principios del citado año de 1994 cuando sus amigos del más allá informaron al médium que se aproximaban días en extremo difíciles para México. Las fuerzas más tenebrosas provenientes del mundo de las tinieblas estaban agrupándose para llevar a cabo un demoledor ataque en su contra. Intentaban no solo eliminar hasta la menor probabilidad del florecimiento de una nueva era, sino aniquilar a la nación que la estaba incubando. Los acontecimientos no tardaron en corroborar la verdad de lo anunciado por los espíritus. Uno tras otro fueron dándose una serie de infaustos sucesos. La nación se vio envuelta en una oleada de crímenes políticos y en una crisis económica de gran magnitud. La desconcertada población no lograba adivinar las posibles causas de los inesperados eventos. En realidad, cuanto acontecía en los planos materiales y visibles era tan solo un pálido reflejo de lo que estaba ocurriendo en otras dimensiones. El 21 de diciembre de 1994 tuvo lugar en estas una trascendental batalla, en la cual las fuerzas demoníacas intentaron destruir la identidad y el espíritu mismo de México. Estuvieron a punto de lograrlo. No lo consiguieron gracias a la heroica resistencia de todos los seres luminosos que desde diferentes planos custodian al país y a su valiosa herencia sagrada (1).
 
1 El libro El Séptimo Cadete, de Patricia Zarco (Edito­rial Grijalbo), contiene una pormenorizada relación de esa batalla, así como los principales acontecimientos que la antecedieron y precedieron.
 
A pesar de las difíciles condiciones que imperaban en el ambiente, los espíritus que guiaban a Jorge Berroa prosiguieron dándole la ayuda necesaria para llevar a feliz término su cambio de fecha y lugar de nacimiento, completando así su proceso de adaptación a las energías y vibraciones propias de México. Empezó a comprender y a comunicarse con las piedras, los ríos, los árboles y las montañas del país. Momento determinante en el citado proceso de adaptación lo fue aquel en que logró establecer comunicación con el espíritu de la Iztaccihuatl, verdadera guardiana de los archivos nacionales, o sea, de las experiencias y sabiduría que constituyen la auténtica mexicanidad.
 
El importante acrecentamiento de su percepción extrasensorial permitió a Jorge una mayor comprensión de las respectivas tareas en que estaban empeñados sus invisibles maestros, pudiendo así prestarles una más eficaz colaboración. Ahora tenía plena conciencia de que la evolución de la especie humana requiere de la incesante ayuda proveniente de los planos superiores, pero que esta no se produce si los seres humanos no tienen la humildad de reconocer su incapacidad para progresar por sí mismos, o bien si, aun teniéndola, no llevan a cabo los esfuerzos necesarios para obtener dicha ayuda.
 
Los resultados alcanzados por Jorge con su primer grupo de alumnos fueron altamente satisfactorios. Algunos de ellos poseían latentes facultades de médiums, que, al ser adecuadamente activadas y encauzadas, les permitieron establecer sus personales conexiones con el más allá y determinar cuáles eran las tareas que les correspondían cumplir. Los demás integrantes del grupo obtuvieron también importantes beneficios, como el precisar cuál era su misión en la vida y desarrollar las facultades necesarias para cumplirla. Animado por los buenos logros alcanzados, Jorge formó dos nuevos grupos (uno en la Ciudad de México y otro en Cuernavaca), con los cuales comenzó a trabajar intensamente. En todos los casos perseguía con su labor un doble propósito. El que cada quien fuese consiguiendo su personal desarrollo interno y el que todos se sumasen, conscientemente, a la delicada operación de participar en la creación de una nueva cultura, firmemente asentada en su conexión con lo sagrado.
 
En cierta ocasión, al comentar la singular experiencia que constituía cada una de las clases de Berroa, uno de los más veteranos asistentes a las mismas afirmó:
 
—Conforme pasa el tiempo, las facciones de Jorge se asemejan cada vez más a las de las grandes cabezas olmecas.