Dos revoluciones

 
E
L 8 DE ENERO DE 1959 el ejército rebelde que comandaba Fidel Castro entró en La Habana. Los antecedentes de esta victoria se remontaban al 26 de julio de 1953, fecha en que ciento sesenta jóvenes cubanos, hastiados de la corrupción del Gobierno de Fulgencio Batista, habían intentado tomar por asalto el cuartel Moncada, situado en las cercanías de la ciudad de Santiago. La operación resultó un desastre. La mayor parte de los jóvenes fueron muertos y el resto capturados, entre ellos Fidel, el cual fue posteriormente amnistiado y se trasladó a México, en donde junto con un pequeño grupo de exiliados cubanos y de un joven doctor argentino —el Che Guevara— se sometió a un intenso entrenamiento militar, impartido por un ex general republicano español, en los bosques próximos a la comunidad de Chalco en el estado de México.
 
Concluido el entrenamiento, Castro y su grupo retornaron subrepticiamente a Cuba en la embarcación Granma. A los pocos días de su desembarco fueron traicionados por el guía que contrataron para conducirlos a las montañas, el cual los denunció al ejército. En el enfrentamiento que siguió el grupo rebelde fue prácticamente exterminado y tan solo doce de sus integrantes —entre ellos Fidel y el Che— lograron salvarse y llegar hasta un recóndito paraje de la Sierra Maestra, ubicada al oriente de la isla.
 
Atendiendo a cualquier tipo de lógica, los rebeldes tenían muy escasas probabilidades de sobrevivir y ninguna de alcanzar la victoria. Su oponente, era un Gobierno que disponía de un numeroso y bien pertrechado ejército y que contaba con el decidido apoyo del Gobierno de los Estados Unidos, pues este lo consideraba un fiel custodio de los cuantiosos intereses que poseían en Cuba las empresas norteamericanas, entre las cuales estaban incluidas las de la mafia, cuyos jefes eran propietarios de fastuosos hoteles y casinos.
 
Perseguidos y hambrientos, viviendo siempre a salto de mata, los doce rebeldes consideraban a cada nuevo amanecer que muy posiblemente este sería el último que verían. Fue después de transcurrido un año y algunos meses cuando se produjo el milagro. Un cambio inexplicable y misterioso comenzó a operarse en el inconsciente colectivo de los habitantes de la isla. La indiferencia y el temor que prevalecía en lo referente a cuestiones políticas, fue siendo sustituidos por un creciente sentimiento de rebeldía en núcleos de población cada vez mayores. Los mismos campesinos, que hasta hacía poco delataban la presencia del grupo rebelde, le proporcionaban ahora toda clase de ayuda. En las ciudades aumentaban día con día las células subversivas de apoyo al movimiento armado, el cual veía engrosar sus filas de voluntarios a una velocidad que superaba a su capacidad para organizarlos. Transmitidas con gran frecuencia por las estaciones de radio, inundaban el aire las notas de dos conocidas sinfonías de Beethoven la Tercera y la Quinta.
 
Al sentirse perdido, el dictador Batista salió huyendo de La Habana el primero de enero de 1959. La revolución había triunfado. A la increíble victoria militar alcanzada por los rebeldes se unieron muy pronto toda una serie de grandes éxitos obtenidos durante la primera etapa de la revolución hecha gobierno. La corrupción desapareció de un plumazo, se implantaron eficaces sistemas educativos y de salud que beneficiaron a los sectores más desprotegidos de la población, las actividades artísticas y deportivas recibieron un enorme impulso. Cuando en abril de 1961 los Estados Unidos organizaron en Bahía de Cochinos un desembarco de anticastristas que intentaban derrocar el Gobierno, fueron rápidamente vencidos. Un sentimiento de dignidad y orgullo nacional imperaba en la isla.
 
El exitoso ejemplo de la Revolución Cubana intentó ser copiado en muchas partes de Latinoamérica. Grupos de jóvenes deseosos de liberar a sus pueblos de la injusticia y la explotación, se lanzaron a organizar guerrillas. En todos los casos, estos grupos intentaban reproducir en sus respectivos países lo ocurrido en Cuba, esto es, consideraban que al constituirse un pequeño foco de insurrección se produciría un generalizado apoyo de la población a los insurgentes, lo que en muy poco tiempo terminaría ocasionando el total derrumbe de las estructuras gubernamentales y el consiguiente establecimiento de un nuevo y mejor orden de cosas. Los primeros en intentar repetir lo acontecido en Cuba fueron una veintena de estudiantes panameños, que en abril de 1959 trataron de tomar por asalto las instalaciones militares norteamericanas del Canal de Panamá, con miras a que retornase a la soberanía de su país un territorio que le había sido arrebatado injustamente. Fueron derrotados y el hecho no produjo ninguna reacción de apoyo a los estudiantes. Algo del todo semejante ocurriría en muy distintas partes del continente americano durante los años siguientes. Los grupos de jóvenes que se alzaban en armas y se iban a las montañas eran exterminados y su memoria caía muy pronto en el más completo olvido.
 
En Cuba el curso de los acontecimientos fue tomando un cariz del todo diferente al que tuvieran durante la primera época de la revolución. Al ver afectados los intereses de sus connacionales, el Gobierno norteamericano reaccionó adoptando toda clase de represalias, incluyendo un bloqueo económico que tenía por objeto lograr una rendición de la isla por hambre. La respuesta de Fidel Castro fue aliarse con la otra potencia mundial de ese entonces, la Unión Soviética, lo cual estuvo a punto de ocasionar una guerra nuclear a gran escala. Asimismo, el dirigente cubano abolió todo asomo de libertad e implantó en lo político y en lo económico un sistema comunista de gobierno. Manteniendo aún la firme convicción de que bastaba la acción decidida de un pequeño grupo armado para prender la mecha de una revolución, el régimen cubano se dio a la tarea de propiciar la formación de guerrillas (inspiradas ahora en la ideología marxista) y de apoyar su acción en diferentes países de América Latina y de África. Esta segunda oleada de grupos rebeldes se prolongó durante más de dos décadas y terminó teniendo el mismo desastroso final que la primera. El ejemplo más destacado al respecto —y el único que ha logrado salvarse del olvido— fue el protagonizado por la guerrilla que comandara en Bolivia el Che Guevara.
 
El desplome de los regímenes comunistas de la Europa del Este y la desintegración de la Unión Soviética, ocurridos al iniciarse la última década del siglo xx, anunciaron la llegada de tiempos difíciles para el Gobierno y el pueblo cubanos. Al quedar cerrados los mercados con los que venía operando, el implacable bloqueo practicado en contra de la isla por el Gobierno estadounidense comenzó a ocasionar graves desabastecimientos en los hogares de sus habitantes, con la acumulada desventaja de que en esta ocasión no existían ya ni la mística ni el esperanzador optimismo que caracterizara a los primeros tiempos de la Revolución. La carencia de libertades y la prolongada permanencia en el poder de un régimen autoritario y burocrático, si bien no habían logrado destruir, sí habían mellado el proverbial entusiasmo del pueblo cubano.
 
Aun cuando al dar inicio el tercer milenio de la Era Cristiana resulta imposible predecir cuál será el rumbo que tomará Cuba en los próximos años, sí es factible, en cambio, tratar de evaluar cuál ha sido la enseñanza aportada tanto por el evento en sí mismo de la Revolución Cubana, como por los intentos de exportar esta a otros países. Una primera conclusión es que ningún movimiento de rebelión puede tener éxito si no cuenta con el apoyo mayoritario de los habitantes de un país, y que el hecho de que en un determinado tiempo y lugar se produzca ese generalizado sentimiento de rebelión que constituye la esencia de toda auténtica revolución, no es algo que pueda lograrse por medios meramente humanos, sino que requiere de la intervención de seres y fuerzas provenientes de planos superiores al nivel de materialidad en que nos encontramos. Una segunda conclusión es que, sin pretender negar los logros alcanzados por la Revolución Cubana —entre los cuales no es el menor el de no haber sucumbido ante las agresiones y el incesante acoso del gobierno norteamericano—, de ninguna manera puede afirmarse que dicha Revolución haya alcanzado las elevadas metas de bienestar, justicia y libertad que se propusiera en su origen. Finalmente, un desapasionado análisis de la experiencia cubana lleva a una tercera conclusión. Las revoluciones armadas no producen un cambio radical y permanente de la condición humana, esto solo se logra a través de una revolución interna y personal que haga surgir una nueva y superior conciencia.
 
 
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Coincidiendo con el tiempo en que se producía la transformación de las estructuras políticas en Cuba, se operaba también una revolución en la conciencia de un joven mulato estudiante de música, de filosofía y de mediumnidad; esta revolución sí iba a ser mucho más profunda y definitiva que la puramente política.