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UANDO en la mañana del día 28 de octubre de 1492 Cristóbal Colón avistó las playas de Cuba, creyó que al fin había arribado a las costas de China, a las que los europeos de entonces llamaban Cipango. Acto seguido el almirante redactó una larga carta dirigida al Gran Khan, informándolo de su llegada al continente asiático y haciendo de su conocimiento el deseo de los monarcas españoles de establecer lazos comerciales con los países del Extremo Oriente.
Los dos mensajeros encargados de entregar la misiva retornaron al barco sin haber logrado cumplir su cometido (1). No obstante, sus informes permitieron saber a los navegantes que las condiciones existentes en tierra eran favorables para el establecimiento de un campamento permanente, lo que llevó a la fundación del Fuerte de Navidad, primer intento de crear una colonia de europeos en territorio americano.
Al irse asentando en la isla un creciente número de colonos, la originaria población indígena fue siendo exterminada hasta desaparecer del todo. No contando ya con mano de obra gratuita para realizar las más pesadas faenas, los conquistadores empezaron a traer para estos fines a personas de raza negra capturadas en África.
Muy pronto se inició el mestizaje. Tal y como ocurriera en el interior del continente al fusionarse la sangre y el espíritu de indígenas y españoles, el mestizaje que tuvo lugar en Cuba entre blancos y negros no fue tan solo una mezcla de razas, sino un crisol donde se amalgamaron dos diferentes culturas para dar origen a lo que constituye el espíritu, identidad y esencia propios del pueblo y la nación de Cuba.
La destacada participación en materia internacional que directa o indirectamente ha tenido Cuba en varias ocasiones sobrepasa con mucho lo que podría esperarse juzgando tan solo su limitada extensión geográfica y reducido poderío económico. En 1898 se libra en la isla una guerra entre España y los Estados Unidos. Fue la victoria alcanzada por los norteamericanos en esta contienda la que les otorgó el reconocimiento de potencia a nivel mundial. En 1962, la instalación de misiles soviéticos en Cuba generó un conflicto con los Estados Unidos que llevó al borde de una guerra nuclear, y con esta, de una factible extinción de la especie humana en una hoguera nuclear. Durante varias décadas de la segunda mitad del siglo xx, los movimientos revolucionarios que tuvieron lugar en muchas partes de África y de Latinoamérica contaron con el apoyo militar del Gobierno cubano.
Así como Cuba posee la bien ganada fama de generar un elevado número de excelentes atletas, tiene también la no muy conocida singularidad de ser la cuna de numerosos médiums. Los testimonios de la existencia de seres que pueden comunicarse con personas ya fallecidas abundan en la historia. En los anales de la Grecia clásica son de sobra conocidas las referencias a los denominados oráculos o augures, que -entre otras cosas tenían la función de servir de enlace entre vivos y muertos. En la religión católica son numerosos los casos de santos que, de alguna manera, han recibido mensajes del más allá, basta tan solo con recordar el caso de Juana de Arco, quien dialogaba cotidianamente con los espíritus de Santa Margarita y Santa Catalina. El hecho de que por cada auténtico médium existan muchos centenares de charlatanes y de simples orates, no invalida en nada la realidad, reiteradamente confirmada a lo largo de la historia, de que hay personas que poseen la extraña facultad de poder ver y hablar con quienes ya han fallecido.
En el continente africano, la etnia de los yorubas se distinguió desde tiempos inmemoriales por la calidad de sus médiums, los cuales se daban casi siempre dentro de un cierto grupo de familias que habitaban en las riberas del río Níger. Al ser llevados a Cuba varios de los integrantes de estas familias, el linaje de los médiums yorubas llegó a la isla caribeña y comenzó a dar sus frutos: una ininterrumpida sucesión de excelentes médiums.
El día 13 de diciembre de 1938, y a escasos centenares de metros del mar, en el barrio del Vedado de la ciudad de La Habana , nació el infante Jorge Berroa del Río. El hogar del recién nacido era de modesta clase media y estaba integrado por su padre, el ingeniero mecánico Agustín Berroa Benítez; su madre, la señora Sara del Río Álvarez, y su hermana, la niña Miriam Alicia Berroa del Río.
Siendo Jorge aún muy pequeño, comenzó a percatarse de que su progenitora poseía facultades que no tenían las madres de sus compañeros de la escuela. Para la señora Berroa no representaba mayor dificultad el poder dialogar con seres invisibles, y como resultado de dichas conversaciones, resolver adecuadamente toda clase de problemas cotidianos, como el localizar objetos perdidos o diagnosticar y curar muy diversos padecimientos de sus hijos y esposo, utilizando para ello hierbas y productos naturales. La siempre amable y cordial Sarita tenía buen cuidado de hacer ostentación de sus facultades ante extraños y mucho menos intentar lucrarse con estas, por lo que su fama de mantener buenas relaciones con los espíritus no iba más allá de un estrecho círculo de familiares y amigos.
No pasó mucho tiempo sin que el niño Jorge descubriese que él también poseía una innata disposición para observar y sentir cosas que resultaban imperceptibles para los demás. Comúnmente eran tan solo fugaces apreciaciones de colores y sonidos, pero había veces en que advertía la presencia de entidades no físicas, sin que le resultase posible establecer con ellas alguna forma de comunicación. Se abstuvo de comentar con nadie sus percepciones extrasensoriales, ni siquiera con su madre. Algo en su interior le decía que aún no era llegado el momento de vivir a un mismo tiempo en dos mundos que presentía eran del todo diferentes.
Fue así como Jorge vio transcurrir su infancia y adolescencia. Estudiando lo necesario para cumplir sus deberes escolares y sintiendo una especial atracción por el mar, en cuya contemplación podía permanecer horas enteras. Una vez terminados sus estudios primarios ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza del Vedado, prestigiado bachillerato en donde forjaría amistades perdurables con varios de sus compañeros. Un maestro del Instituto le prestó durante cerca de un año un pequeño telescopio y, al observar los cuerpos celestes, Jorge sintió por estos una atracción del todo semejante a la que le producía el mar. En el pequeño jardín de su casa, bajo una palmera y al lado de una mata de tulipanes, permanecía en vela noches enteras con la vista y la atención concentradas en algún lejano planeta. Como resultado de muchas noches de desvelo, el imberbe aprendiz de astronomía fue llegando a una conclusión. Los astros no eran inertes pedazos de materia flotando en el espacio, sino poderosos seres dotados de vida y de conciencia, con los cuales, al igual que con los espíritus, los seres humanos podían tener alguna forma de comunicación. ¿Cuándo sería esto posible para él? Aun sin saberlo a ciencia cierta, presentía que ese momento estaba por llegar.
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Era un día domingo, Jorge efectuó un mañanero paseo por el Castillo del Morro, luego deambuló largamente por el malecón, observando el continuo desfile de guapas jovencitas y escuchando las melodiosas voces de los pregoneros que vendían bolsas de maní. Al mediodía retornó a su casa a comer para después dirigirse al parque Mariana Grajales (2), lugar de reunión de su grupo de amigos. Ahí estaban ya Mario Delgado, Armando Cordero y José Aguilar, tres de los más osados e ingeniosos alumnos del Instituto.
2 Mariana Grajales fue la madre de varios importantes héroes de la Guerra de Independencia cubana.
La plática del cuarteto de jóvenes derivó hacia temas políticos. Un creciente sentimiento de terror se estaba extendiendo por toda la isla. La dictadura de Fulgencio Batista incrementaba día a día sus medidas represivas y estas iban tomando un marcado sello de sádica crueldad. Personas cuyo único delito había sido manifestar una leve crítica a las autoridades eran sacadas violentamente de sus casas por la policía, días después sus cadáveres aparecían tirados al borde de las carreteras con deformaciones producidas por quemaduras, mutilaciones y toda clase de torturas. Un reciente rumor había encendido una luz de esperanza entre la población. Se decía que un grupo de jóvenes cubanos que se habían entrenado militarmente en México había retornado y, tras de constituirse en guerrilla, estaban librando combates en las montañas de la Sierra Maestra. Incluso se hacía mención del nombre del dirigente del grupo rebelde, un ex estudiante de leyes llamado Fidel Castro.
Agotada la plática, Jorge y sus amigos se fueron a jugar al billar en los salones del Club Gallego. Como ocurría casi siempre, Armando Cordero les ganó a todos. Silbando la tonada de un cha cha cha de moda, Jorge iba caminando rumbo a su casa cuando se dio la conexión que llevaba tanto tiempo esperando. Esta vez no fueron aisladas voces ni frases incoherentes, sino un mensaje claro y preciso que resonó en el interior de su cerebro indicándole una acción concreta a realizar: debía inscribirse como participante en el programa de preguntas que estaba por iniciarse en la estación de televisión C.M.Q. El tema en que debía concursar era la vida y la obra de Ludwig van Beethoven.